Un poco de rigor en mi biografía

 

      Yo no he tenido suficiente importancia, como para ser considerado  artista-puente. Antes de la guerra apenas había hecho otra cosa que dibujar y estudiar pintura. Por eso me extraño cuando en alguna  ocasión, me veo incluido en las vanguardias históricas, como lo han hecho recientemente. En esa época yo no existía como pintor. Por las mismas razones no pude pertenecer a la generación del 27, cuando todavía tenía once años. Pero no es tanto un problema de edad sino de rigor histórico. El que haya conocido y tenido amistad con algunos de sus más destacados componentes, como, Lorca, Neruda o Alberto, solo significa que tuve la suerte de tratar a unas personas extraordinarias, que influyeron decisivamente, no solo en mi trayectoria artística, sino también personal.

 

 Entrevista con Manuel Díaz Merchán, Revista Antiquaria, nº 69, Madrid, enero de 1990, pp. 28-31

 

 

José Caballero. Los años treinta.

 

Ocurre con cierta frecuencia que este periodo mío es considerado por algunos como vital y maravilloso, cuando en realidad abarca plenamente tan sólo cinco años, del 31 al 36. No niego su interés, pero no lo considero el más fundamental, excepto por el entorno en que se produce. Creo que si no hubiera hecho otras cosas después, solo quedaría el recuerdo más o menos nostálgico de un muchacho que hacía unos dibujos surrealistas con virtuosismo y con rebeldía. Rebeldía que tenía su razón de ser en aquel momento. No más tarde, porque después perdió todo su sentido como expresión y como tal rebeldía.

 

No descarto el interés que el surrealismo tuvo en mi obra de juventud, pero mi obra continua después. Mucho más tarde, cuando el surrealismo dejó de resultarme válido, vital y rebelde, tuve que renunciar a él. Resultó duro, pues se trataba de algo que me tenía ya sabido.

 

Por eso años después de terminada la guerra, cuando quiero volver a encontrarme con la pintura, trato de agarrarme al surrealismo donde lo había dejado. Y es entonces cuando me doy cuenta de que para mí, ya es solo una expresión estereotipada y fría. Me sentí vacío y decidí comenzar otra vez de cero y olvidar todo lo aprendido, aun a sabiendas del gran esfuerzo que iba a costarme.

 

 

José Caballero, hacia 1956. Catálogo exposición individual “José Caballero: los años treinta”, en galería Guillermo de Osma, Madrid, 29 de noviembre de 1995 al 15 de febrero de 1996. Reproducido en el catálogo de la exposición del mismo título en Galería Oriol, Barcelona, del 5 de marzo al 3 de abril de 1996, p. 15

 

 

La Geometría

 

             Este es un problema que siempre me interesó, desde niño estaba abocado a él. Quizá no aprendí bien los teoremas geométricos, porque en aquel tiempo, la belleza lineal y ordenada de sus trazados, señalados con letras cabalísticas y signos, me atraían más que la propia ciencia geométrica y sus teoremas. Eso lo aprendería más tarde.

             Aquella idea y representación limpia de los espacios y del equilibrio, me atraía mucho más que copiar el más lírico ramo de flores. Aquellas composiciones frías con su orden matemático, sugerían mucho más para mí, que cualquier figura o cualquier paisaje.

             Sólo con aquel sistema se podía ordenar todo de la manera más fría y más intensa a la vez, aunque esto pueda parecer paradójico.

              No, la geometría no podía dar al lirismo o a la música tanto como podía dar a la plástica. Desde entonces comienza mi curiosidad por encontrar una geometría sensible o una forma de poder sensibilizar plásticamente, la dura geometría, hasta llegar a mis últimos experimentos “las sensitometrías”.

             Confieso que tanto como tener un pincel en la mano, o quizá más, me sigue atrayendo dibujar geométricamente  con un compás, una regla y un tiralíneas. Y pienso si no se debe huir de todos esos subterfugios, denominados más o menos arbitrariamente “La sensibilidad”.

            ¿Qué es la sensibilidad

            Con frecuencia, me siento ante un tablero y comienzo a trazar figuras geométricas  que creen unos espacios insospechados. Confieso que estos ejercicios logran serenarme y aclarar mis propias ideas estéticas, e incluso mis preocupaciones. Es como una cura de serenidad e incluso de estabilización. En ellas no intervienen para nada ni el lirismo, ni la nostalgia. Sólo el espacio que es el soporte más esencial de la pintura.

             Aún pienso, si no acabaré trazando estas geometrías sobre los lienzos, olvidándome  del color  y de todo lo que significa sensibilidad y esas otras cosas poéticas que me aburren.

              En un mundo difícil, sólo la geometría no es evasión, sino integración.

 

 

José Caballero, hacia 1967. Catálogo de la exposición antológica, Centro Cultural de la Villa. Madrid, noviembre de 1992 a enero de 1993, pp. 346-347 y Catálogo de la exposición José Caballero  20 | 20 | 20. Museo del Grabado Español Contemporáneo. Marbella (Málaga), noviembre de 2011 a  enero de 2012.

 

 

LA PINTURA ABSTRACTA Y LA ILEGALIDAD.

 

 

   Durante los cuarenta años de la dictadura del franquismo, la pintura  inconformista se sitúa dentro de una ilegalidad, legalizada por la expresión de una utilización abstracta.

 

           Era la única forma en que  podía  producirse sin ser prohibida.

 

           El hecho de la abstracción significaba en sí mismo una rebeldía, pero paradójicamente, el régimen que no lo entendió nunca, ni en su forma, ni en su contenido, decidió apoyarlo y hasta promoverlo de la manera más estúpida por su parte. Había convertido este  movimiento en un producto más de consumo o de inversión. Esta pintura que significaba un modo más de combatir al propio Régimen. Pero el Régimen sin ninguna preparación intelectual, la aceptó, porque aparentemente no le atacaba y le servía  para, de una manera falsa, dar una versión más libre de ellos mismos al exterior.

 

          Pero jamás se dieron cuenta, que aquella pintura significaba una lucha interna inconformista con el propio Régimen que la alentaba.

 

           La abstracción fue en su momento, un modo hábil de eludir la representación imperialista que el Estado deseaba y que quedó reducida a un grupo de artistas que aceptaron el juego y el compromiso lucrativo de retratar a los importantes del Régimen en los retratos oficiales. Pero ni siquiera este grupo academizante se prestó a interpretar los hechos heroicos de la gesta en grandes lienzos.

 

           El eslabón que unió a la pintura de antes de la guerra con la de después, fue el surrealismo, que condujo deliberadamente a la abstracción como forma más encubierta de contestación combativa.

 

           Durante la propia guerra, el surrealismo fue estigmatizado por los escritores fascistas y más claramente por Ernesto Giménez Caballero, que lo combatía como “arte rojo”, desde las páginas de de los periódicos de la época.

 

            Se estableció la pintura del silencio, que era la abstracción. Más que como abstracción, se la podía considerar como un expresionismo no figurativo, que la burguesía papanatista y las altas esferas oficiales aceptaban, sin darse cuenta del mensaje solapado y de lucha que esta contenía y que minaba o desprestigiaba sus propios cimientos.

 

            Pero afortunadamente ellos aceptaron y tragaron el engaño sin saber de que se trataba, porque la abstracción y todos los movimientos que se iban sucediendo, contenían en sí la rebeldía que iba ganando terreno poco a poco.

 

            Ideológicamente la mayor parte de los artistas que se adhirieron a esta forma de hacer arte, pertenecían a la izquierda más reprimida, salvo algunas excepciones. Pero en general toda forma de arte nuevo, no siendo representativo, equivalía a arte de avanzada o arte de izquierdas.

 

            Era la primera lucha política entablada a cara descubierta, aunque con signografía  jeroglífica, para no delatarse y poder continuar.

 

            La paradoja de arte oficial, arte ilegal, arte de aceptación, arte de inconformismo y de lucha, era normal en esos tiempos de confusionismo.

 

            Sería interesante un estudio objetivo, crítico, político y sociológico de esta pintura, que se desarrolla en plena época de represión y de escasa comunicación con el exterior, expresando a su manera el inconformismo.

 

            Sería interesante analizar el valor de estas nuevas formas, de los colores, de las materias y su relación con el significado político y social, que indudablemente existió.

 

José Caballero, hacia 1977. Catálogo de la exposición antológica, Centro Cultural de la Villa, Madrid, noviembre de 1992  a enero de 1993,  p. 347.

 

 

La Guerra y la Pintura

 

              Todo era alegría y desenfado, pero luego llegó la guerra que nos hizo ponernos muy serios. Ya todo fue brutalmente distinto y de aquella alegría anterior no quedó nada. Tuvimos que aprender a callar, resultaba doloroso. Comenzaba el exilio interior que duraría muchos años, donde la mudez, el escepticismo y el temor continuo serían el pan nuestro de cada día. Iban a ahogar toda nuestra libertad, toda nuestra espontaneidad.

              A nadie le fue dado elegir, en que lado le hubiera gustado caer. Todo fue desolación y recuerdos amargos. Aquel tiempo había pasado definitivamente y un nuevo arte dictatorial comenzaba, en el que la libertad de expresión quedaba absolutamente prohibida.

              Era la posguerra con todas sus secuelas de autoritarismo y falso triunfalismo, donde “El sueño de la razón produce monstruos” y “Los desastres de la guerra” iban a ser acallados por una paz impuesta a la fuerza.

              Tuvimos que vivir una época pobre, de hambre, en la que se había instalado  una sociedad militarista y cuartelera, que no entendía de sensibilidad, ni de cultura.

              Durante largo tiempo, tuve que aprender a callar, a enmudecer. Es difícil mantener el silencio como única meta. Un silencio impuesto a la fuerza. Abandoné la pintura, no porque no pudiera separarla de mi cortejo de fantasmas queridos, sino porque como yo mismo, estaba condenada al silencio.

              Todo fue entonces diferente, Comenzaba una etapa de vigilia, además del aislamiento producido por la conmoción recién pasada.

               Cuando hice recuento de lo que me quedaba, vi que no tenía más remedio que empezar otra vez a partir de cero, o sumirme en una amarga e inútil nostalgia. Esta hora del recuento, creo que ha sido la más seria y amarga de mi vida. Nunca me encontré más solo, más incomunicado.

                Por de pronto, me alejé de la pintura, que tan solo me ofrecía un retorno al pasado, que yo no estaba dispuesto a aceptar. Si estaba equivocado, prefería seguir adelante con mi equivocación, antes que traicionarme. Si no lo estaba, el tiempo lo diría.

                Nunca me encontré más solo, ni más enfurecido.

                Me aparté de la pintura durante una década e hice figurines y decorados para teatro y cine del folklore más convencional. También llevé la dirección artística de unos grandes almacenes como medio de vida. Y finalmente vuelvo a la pintura por el mismo lugar donde la había abandonado, por el surrealismo. Pero aquel medio de expresión  ya no me resultaba valido y, opté por abandonarlo para no caer en un manierismo esteticista. Comienzo a buscar otros medios de expresión.

                 Figuras de mujer muy envueltas, con pequeñas cabezas. Andalucismo. Antecedentes; las tapadas de Vejer, Mojácar y otros pueblos andaluces. Alberto Sánchez, mujeres pudorosas o escondidas entre sus vestidos.

                Son figuras humanas, donde practico un constructivismo. Aquellas figuras se van deshumanizando. Pero tampoco es aquello lo que busco, ni lo que presiento.

                 De nuevo viene el abandono y la investigación apasionada. Más tarde aparece la gran vigilia de la expresión y busco en la línea pura, una fórmula de destruir todo barroquismo innecesario. Pero tampoco es la línea pura lo que busco.

                 Es entonces cuando comprendo que dibujo y pintura son dos cosas completamente diferentes y que hay que enfocarlas desde distintos puntos de vista. Es inútil intentar hacer un cuadro, con mente de dibujante y lo contrario. El concepto es completamente distinto. De nuevo abandono estas experiencias puristas y lineales y me doy cuenta que me estoy acercando a la no figuración, cuyo campo expresivo y comunicativo, tiene muchas más posibilidades de experimentación.

                  Comienza un periodo de geometrización en mis formas, ya sin significado o relación humana. Aparece también la atracción por la materia, que enriquece las  formas de expresión. Durante años investigo incansablemente en este campo.

                   Evolucionan las formas materizadas. Cada vez que presiento que el perfeccionismo me amenaza, abandono el camino para entorpecerme y volver a comenzar de nuevo.

                   Aparece en mi obra, la forma lineal más simple: el círculo. También durante años, investigo apasionadamente, las posibilidades pictóricas que me ofrece esta forma geométrica, que se convierte en lenguaje vivo. Pero poco a poco, voy consiguiendo un perfeccionismo, que lo va desvitalizando y que le hace ir perdiendo todo su interés. Y llega inexorable, el abandono del círculo como tal experiencia.

                    Toda la obra me apasiona mientras la pienso y la realizo. Luego fatalmente

 pasa al olvido y otra experiencia nueva la sustituye.

                   En este momento existe algo que me atrae mucho, son las signografías en las escrituras orientales. Aún recuerdo en Estambul, el impacto que supuso para mi, contemplar en Santa Sofía, aquellos cuatro enormes círculos negros, situados en la cúpula, con caligrafías  orientales. También me siento atraído por la caligrafía china y la japonesa, que suponen una autentica abstracción en sus simbólicos signos.

 

José Caballero, hacia 1985. Catálogo exposición antológica, Centro Cultural de la Villa, Madrid, noviembre de 1992 a enero de 1993, pp. 353-355.

 

 

Reflexiones (o Caligrafías)

 

 

   Pintar es como atravesar el espejo, para conocer la interioridad más secreta de las cosas.

 

   Un lienzo en blanco es siempre una pregunta que se contesta para volver  a formularse otra

   inmediata.

 

   Un lienzo en blanco es ya un cuadro, sólo con la intención de serlo, sin apoyo de nada  más.

 

   Un lienzo en blanco es un espacio mágico con el que a veces se establece el diálogo.

 

   Pintar es dialogar, no monologar.

 

   El camino más difícil es el que va de la nada a la concepción de una obra. Es un  camino  entre el

   sueño y el desvelo.

 

   Si las palabras y los sonidos tienen una técnica y una expresividad en su utilización,

   también la tienen los colores.

 

   Pienso que mi medio de expresión más sincero es el de la búsqueda y no el del

   perfeccionismo. Es la búsqueda la que me incita a profundizar siempre con más

   apasionamiento.

 

   La pintura es siempre más una aventura que una reflexión. La improvisación es

   lícita. El caso es saber utilizarla.

 

   El artista, por el hecho de serlo, por conformación, aunque provenga de la burguesía,

   es opuesto a esta clase social. El artista suele ser siempre un premonitor o un adelan-

   tado. No es que los artistas formen una elite aparte, es que forman una vanguardia. Y

   la vanguardia no es sólo un concepto estético, sino también un concepto social.

 

   Uno anota mentalmente todo aquello que le atrae, sin pensar en como o para que va a

   utilizarlo. Más tarde, un día cualquiera, lo incorpora y encuentra su lugar.

 

   Analizar es una forma inconsciente de retener las cosas. Cuando se pinta esto ocurre

   insensiblemente.  La relación de objetos  y espacios no es algo premeditado. Es tan

   lógico para el artista como el hecho de caminar. No se lo propone, camina.

 

   El traslado de la imagen no es nunca preconcebido, sino una relación mental que se

   desarrolla al tiempo que se observa.

 

   A veces un color nuevo ha quedado, sin saber porqué, en nuestra imaginación o en

   nuestra memoria, un color que tuvo un significado que ha quedado registrado. Son

   colores, simbologías, signografías, objetos y espacios utilizados en otras ocasiones.

   Es difícil establecer una comunicación en el momento presente. Al parecer significan

   la nada. Una serie de memorizaciones imposibles de fijar. Pero es de la  nada de

   donde se puede acumular para el “algo”.

 

   Me encuentro más cerca del arte africano occidental del barro en las construcciones,

   del de la negritud, no por razones filosóficas, sino étnicas.

   Me  siento tan cerca de este primitivismo de las culturas occidentales africanas, como

   del refinamiento del arte andaluz.

 

   Hemos dejado de creer en la palabra “artístico” o sencillamente “arte”.

   Ahora existen multiplicidad de tendencias y de lenguajes expresivos. Todos

   hablados a la vez.

 

   Debemos pensar en la marcha vertiginosa de las artes después de las últimas guerras.

   Donde el ayer es pura nostalgia y el mañana, una interrogación que pronto pasará a ser

   nostalgia también.

 

  ¿Se ha olvidado deliberadamente lo anterior  arrinconándolo?  Creo que no es eso.

   Se trata de la exigencia expresiva de un mundo que comienza con otros planteamientos y

   necesidades.

   Se trata de encontrar un nuevo diálogo para otras mentalidades.

 

   La revolución de las vanguardias hace varios lustros que dejaron de estar vigentes.

 

   Existe bien clara una evolución constante, una pluralidad de estilos. Hoy el arte

   responde con rostros diversos y simultáneos. Hay un cierto agotamiento vitalista que

   espolea. Existe un constante estado de ansiedad, una pregunta que no acaba de

   contestarse.

 

 

  José Caballero, hacia 1987. Catálogo “José Caballero, Poética de la abstracción”, CajaGRANADA,

  Granada, enero-marzo de 2009. Reproducido en el catálogo de la exposición del mismo título en

  Hospital de Santiago Úbeda (Jaén), mayo-junio de 2009.

 

 

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