ALGUNOS TEXTOS

José Caballero

 

Jaime del Valle Inclán

 

    Os invito a mirar. Es lo primero. Y si es posible, a ver; a ver esta pintura despacio, frente a frente, como debe mirarse. Un cuadro, un verdadero cuadro, es siempre algo extraño y sorprendente. Se nos presenta con vida propia, con una existencia irreductible, ajena a cuanto nosotros digamos o dejemos de decir sobre él. Por eso, de pronto, ellos, los cuadros, se plantan rotundamente ante nuestros ojos: a veces como un reto, a veces como una tentación, a veces como un espejo.

 

Aquí llega con los suyos José Caballero, antiteórico, antidogmático, antigeómetra. Pepe Caballero no premedita, prevé. Sabe, con obcecada certeza, con terca claridad, dónde está el cuadro, el cuadro que va a pintar, el que está pintando. Pero los caminos que llevan hasta él, hasta la obra perseguida, se bifurcan, se ocultan, se pueblan de encrucijadas, de inesperadas posibilidades, de tentadores hallazgos... y es preciso cercenarlos, destruirlos, rechazarlos, para alcanzar la propia exigencia del cuadro, del cuadro previsto. Para ello, es necesario polarizar totalmente la voluntad y obedecer fielmente. Humildemente a un secreto dictado. Porque aquí ya no tiene la menor importancia: que la obra sea bonita o fea, ni mucho menos "artística se trata simplemente, de que el cuadro alcance su verdadera existencia, o sea aquel que es y no otro. Ello obliga a descubrirlo, a desvelarlo, a perseguirlo –yo diría a rescatarlo- sumergiéndose en el oscuro torrente que lo retiene, buceando hasta ponerlo a flor de agua, a flor de piel, al borde de los ojos.

 

José Caballero, a través de las múltiples transformaciones de su obra, se ha precipitado siempre con el mismo ímpetu infantil, con la misma terquedad sistemática -sin dogmatismos, sin manifiestos, sin soluciones previas- en el renovado torbellino de sus creaciones. Va, viene, mira, borra, rompe, deshace, rehace y, de pronto, sin renunciar a la sorpresa pueril, sin eludir la inocencia y el riesgo del juego, el cuadro queda apresado, reducido, revelado y presente.

 

En los cuadros de José Caballero queda presente y latente la apasionada tensión que se establece, que debe establecerse, entre mirar, ver y pintar -yo añadiría sentir-o .un mirar que palpa, un ojo que recorre como una mano el mundo elemental con que se enfrenta. El pretexto, el resorte que pone en marcha, que desata esa tensión aparece y reaparece como un obcecado "leit motiv": la tapia, el muro roído y raído, desconchado; la cal herida y ciega que aprisiona y retiene la mirada, sirve de estribo a las innumerables combinaciones y destrucciones que nos hacen presente un cuadro. Y como contrapunto al muro, otro pretexto igualmente íntimo y caprichoso: la barrera, el burladero combatido y sangrante, la encendida furia de los astillados rojos del ruedo. Pero ellos -ya lo he dicho son el pretexto original, el punto de partida que da paso a la elaboración creadora, porque después, los cuadros, cuando llegan a serlo, están obligados a vivir por su cuenta y riesgo. Pepe Caballero nos presenta ahora los suyos. Su muro, su barrera, su cuenta y su riesgo.

 

Catálogo del Museo de Bellas Artes de Bilbao, 1961. Reproducido en el catálogo de la  Galeria Prisma, Madrid, 1962 y en el catálogo de la Henri Gallery, Washington, 1963.

 

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